miércoles, 11 de febrero de 2009

Adolfo Suárez en la memoria

Cuando la niebla de la desmemoria, quizá definitiva, parece ser la realidad en la que está el Ex Presidente del Gobierno de España, Adolfo Suárez, creo oportuno, escribir algunas letras a favor de su memoria, que es la de todos los españoles que recordamos la transición política y que seguimos creyendo, lo mismo que lo hiciera Adolfo Suárez, en el centro político, la moderación y la sensatez, como los baluartes, junto al consenso, más importantes que el presidente Suárez dejó a los españoles todos.
Y eso es lo primero que quiero destacar: todos. Pues la obra ingente de Suárez, junto con el pueblo español, Su Majestad el Rey, los partidos políticos de la oposición democrática (muy especialmente el Partido Comunista de Santiago Carrillo) etc., fue instaurar en nuestro país un régimen de libertades sustentado en el respeto a la ley como expresión de la voluntad mayoritaria del pueblo español.
Un régimen político en el que, como recoge la Constitución del 78, la soberanía reside en el pueblo español; un régimen político que supo sustentarse en un conjunto de pactos y acuerdos que hicieron posible la arquitectónica constitucional y que han posibilitado veinticinco años de concordia y convivencia civil entre los españoles basados en el ejercicio de la democracia parlamentaria.
Hoy, cuando se observan signos inquietantes de vuelta al pasado en tantas y tantas cosas, actitudes claramente involucionistas en algunos sectores de la sociedad española, ausencia de consenso y acuerdo en algunas de las principales cuestiones que afectan a la concepción de la nación y el Estado, la imagen de Suárez (que fuera ferozmente criticado y denostado durante sus gobiernos y olvidado durante muchos años posteriores) recupera su grandeza y su valor de símbolo que encarna, con su sólo nombre, la convivencia civil y la concordia políticas. Este es hoy el reto, preservarlas, de todos los que hoy nos sentimos políticos y ciudadanos de centro.
Gentes que creemos en el diálogo permanente; gentes que anhelamos, antes que la bronca contínua como manual de guerra de guerrillas, los gestos conciliadores; gentes que valoramos la clara y educada exposición de las ideas propias; gentes que trabajamos por los acuerdos que hacen mejores la vida diaria de los españoles, que son todos, el pueblo español en su conjunto, el que merece nuestro mayor respeto y nuestra mayor preocupación.
Conozco muchos amigos así , muchos compañeros del mundo intelectual, de la ciencia, de las letras, del cine, del teatro, de las bellas artes, etc.; gentes que ansían un tono político moderado; unas ideas convincentes y que recuerdan, porque ya todos vamos teniendo años, lo mejor de Adolfo Suárez y quieren de ese modo honrar la memoria de quien ya no la tiene: recordando lo mejor y más permanente de su legado y su gestión, también de su ejemplo en la sociedad española: esas ganas de construir una democracia en España; ese empuje para hacerlo posible; esa forma fina de conducirse en la vida y en la política; esa educación exquisita con propios (que se encargaron en buena medida de destruir lo mejor de aquella opción política que fuera UCD), y los ajenos, los otros, la oposición, a los que jamás Suárez consideró enemigos, sino leales adversarios, aunque arremetiesen contra él con mociones de censura en el Parlamento.
Ese espíritu y talante de Suárez es hoy lo más necesario que tenemos entre todos la obligación de recuperar en la política española; el aroma del centro político; el sutil privilegio de las zonas de encuentro, de no exclusión, de no ruptura de los grandes equilibrios constitucionales que permitieron la transición política.
Yo trato de explicarle estas cosas a mi hijo, Joaquín Gabriel, nacido en el 89, y que es miembro felizmente de una generación entera de la democracia. Esa generación, la suya, votará, por vez primera, en 2008. Y hemos de hacerles atractiva la democracia, y que sientan su responsabilidad porque, al demandársela, se la reconocemos y valoramos. Los jóvenes son lo mejor que tenemos, y son nuestro futuro como país.
No podemos ofrecerles una España mediocre, guerracivilista, obsoleta, cuarteada y empecinada en hacerse la vida imposible unos españoles a otros. Todos los problemas políticos son graves, todos. Cualquier época los ha tenido, y ha habido momentos históricos muy complejos y difíciles en los que los españoles, y los políticos (un recuerdo desde aquí a mis amigos Fernando Abril Martorell, tristemente desaparecido, y Alfonso Guerra) han estado a la altura que requerían las circunstancias particulares del momento histórico.
Este es uno de ellos; hay que trabajar por ampliar el centro político en España; por hacerlo visible para una mayoría de españoles. Es en el centro, y en el centrismo político activo, donde se sitúa la mayoría electoral y real de nuestro país desde la transición a la democracia. Bien sea ese centro, derecha o izquierda. Donde nunca estará la mayoría de los españoles es en el extremo de ningún sitio.
Por ello, y por quien fue un artífice esencial de nuestros actuales equilibrios constitucionales, he querido en este artículo tributar recuerdo y homenaje a un gran Presidente del Gobierno de España, a favor de su memoria y recuerdo sí, pero también de su talante, visión y sentido personal, cívico y político.

JOAQUÍN CALOMARDEEx Diputado al Congreso por Valencia
Artículo publicado en LAS PROVINCIAS de Valencia,el 27 de junio de 2005